lunes, 31 de octubre de 2016

LA ECOLOGÍA ES EL CAMBIO


Juan López de Uralde, coportavoz de Equo


Digámoslo claro: sin ecologismo no hay cambio, y por tanto es imprescindible que la búsqueda del equilibrio entre nuestra actividad y el entorno en el que vivimos sea el motor del cambio social.

Desde su origen las civilizaciones humanas se estructuran alrededor de los recursos energéticos y materiales a los que tienen acceso. Así, las sociedades cazadoras-recolectoras eran necesariamente nómadas, movidas por la búsqueda constante de energía y alimentos siguiendo a los grandes mamíferos; mientras que los núcleos poblados aparecen una vez que el cultivo de la tierra se convierte en el principal proveedor de recursos.

Cuando a comienzos del siglo XIX comenzó  la utilización del carbón, y luego del petróleo, se puso en marcha una auténtica revolución que se llamó industrial, pero también lo fue social, económica y, desde luego, ecológica. Nos hallamos inmersos en la sociedad de los combustibles fósiles, que algunos llaman ya antropoceno debido al significativo impacto global de la presencia del Homo sapiens sobre la Tierra. La mayor revolución que tenemos por delante es la de prescindir precisamente de esos combustibles fósiles cuya disponibilidad estructura nuestra sociedad.

Pero los combustibles se agotan y, lo que es peor, el impacto de su quema ha generado cambios en muchos casos ya irreversibles en el ecosistema, que pueden convertirse en catastróficos si no les ponemos freno. No sólo es el cambio climático: es el cambio global que arrastra la modificación sistemática de todos los ciclos naturales como consecuencia de nuestra actividad. Y no es posible salir de esta crisis en la que ya estamos inmersos sin cambios profundos en nuestros sistemas de producción,  transporte y consumo; y desde luego sin un cambio radical en la forma en la que obtenemos y utilizamos la energía. También, por cierto, el modelo energético, en el que el control de las fuentes de energía está en manos de unos pocos, es el causante de las profundas desigualdades sociales; de ahí que nuestra lucha sea también profundamente social.

El ecologismo, pues, es la lucha por ese cambio global. Desgraciadamente en nuestro país se ha caído demasiadas veces en tratar de ridiculizar y arrinconar al ecologismo en la esquina de los pájaros y las flores. En muchas ocasiones ha sido el pensamiento de izquierdas el que ha dejado en segundo plano las implicaciones de la lucha ecologista. Desde mi punto de vista, todo ello es consecuencia de una miopía que impide atisbar la magnitud del cambio que el ecologismo propone.

Por ello es tan importante que el ecologismo político esté llegando a las instituciones. Que las propuestas políticas se impregnen de pasos, por pequeños que sean, que nos acerquen en nuestras ciudades y pueblos hacia la necesaria transición a la sostenibilidad.

Pero no nos engañemos: la magnitud de la tarea que tenemos por delante es tan grande que seguimos necesitando del activismo como nuestro motor principal. Tenemos que acompañar a los movimientos que están surgiendo por doquier, y que están siendo catalizadores de cambio.  Y tenemos que seguir haciéndolo mano a mano con las organizaciones sociales y desde el activismo.

No nos engañemos: sin ecología el cambio no será real, porque no será posible.  Por eso cada vez somos más quienes defendemos el ecologismo social como el único camino hacia una nueva sociedad. Pero todavía nos queda mucho por avanzar y por eso hoy en día el mejor espacio político para desarrollarlo es el de las confluencias en las que trabajamos y de las que formamos parte.

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