Juan López de Uralde, coportavoz de Equo
Digámoslo
claro: sin ecologismo no hay cambio, y por tanto es imprescindible que la
búsqueda del equilibrio entre nuestra actividad y el entorno en el que vivimos
sea el motor del cambio social.
Desde su
origen las civilizaciones humanas se estructuran alrededor de los recursos
energéticos y materiales a los que tienen acceso. Así, las sociedades
cazadoras-recolectoras eran necesariamente nómadas, movidas por la búsqueda
constante de energía y alimentos siguiendo a los grandes mamíferos; mientras
que los núcleos poblados aparecen una vez que el cultivo de la tierra se
convierte en el principal proveedor de recursos.
Cuando a
comienzos del siglo XIX comenzó la utilización del carbón, y luego del
petróleo, se puso en marcha una auténtica revolución que se llamó industrial,
pero también lo fue social, económica y, desde luego, ecológica. Nos hallamos
inmersos en la sociedad de los combustibles fósiles, que algunos llaman ya
antropoceno debido al significativo impacto global de la presencia del Homo sapiens sobre la Tierra. La mayor revolución
que tenemos por delante es la de prescindir precisamente de esos combustibles
fósiles cuya disponibilidad estructura nuestra sociedad.
Pero los
combustibles se agotan y, lo que es peor, el impacto de su quema ha generado
cambios en muchos casos ya irreversibles en el ecosistema, que pueden
convertirse en catastróficos si no les ponemos freno. No sólo es el cambio
climático: es el cambio global que arrastra la modificación sistemática de
todos los ciclos naturales como consecuencia de nuestra actividad. Y no es
posible salir de esta crisis en la que ya estamos inmersos sin cambios
profundos en nuestros sistemas de producción, transporte y consumo; y
desde luego sin un cambio radical en la forma en la que obtenemos y utilizamos
la energía. También, por cierto, el modelo energético, en el que el control de
las fuentes de energía está en manos de unos pocos, es el causante de las
profundas desigualdades sociales; de ahí que nuestra lucha sea también profundamente
social.
El
ecologismo, pues, es la lucha por ese cambio global. Desgraciadamente en
nuestro país se ha caído demasiadas veces en tratar de ridiculizar y arrinconar
al ecologismo en la esquina de los pájaros y las flores. En muchas ocasiones ha
sido el pensamiento de izquierdas el que ha dejado en segundo plano las
implicaciones de la lucha ecologista. Desde mi punto de vista, todo ello es
consecuencia de una miopía que impide atisbar la magnitud del cambio que el
ecologismo propone.
Por ello es
tan importante que el ecologismo político esté llegando a las instituciones.
Que las propuestas políticas se impregnen de pasos, por pequeños que sean, que
nos acerquen en nuestras ciudades y pueblos hacia la necesaria transición a la
sostenibilidad.
Pero no nos
engañemos: la magnitud de la tarea que tenemos por delante es tan grande que
seguimos necesitando del activismo como nuestro motor principal. Tenemos que
acompañar a los movimientos que están surgiendo por doquier, y que están siendo
catalizadores de cambio. Y tenemos que seguir haciéndolo mano a mano con
las organizaciones sociales y desde el activismo.
No nos engañemos: sin ecología el cambio no será
real, porque no será posible. Por eso cada vez somos más quienes
defendemos el ecologismo social como el único camino hacia una nueva sociedad.
Pero todavía nos queda mucho por avanzar y por eso hoy en día el mejor espacio
político para desarrollarlo es el de las confluencias en las que trabajamos y
de las que formamos parte.
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